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¡Como No Derrocar a un Dictador!



Foto: Los presidentes de Cuba y de Venezuela, Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro

(Cortesía de Nuestro País)

Es bastante claro, por ahora, que a pesar de la colosal mala gestión e inmoralidad del régimen de Maduro y de los valientes esfuerzos de la Presidencia alternativa liderada por Guaidó, la dictadura venezolana no se apartará del negocio en lo inmediato.

Y esto, por varias razones:

Deponer una dictadura es un proceso de gran desafío, en especial una vez que ha mantenido el poder por tiempo suficiente para consolidar su control sobre los resortes clave del gobierno. Así fue como la dictadura soviética duró unos 70 años. La de la familia Kim, en Corea del Norte, es ahora tan larga como la de su equivalente soviética. Incluso el régimen menos totalitario de Mugabe duró 37 años.

La dictadura de Hitler duró sólo doce años, pero hubo un evento transformador-la derrota de Alemania en la segunda guerra mundial- que acabó con ella. No existe tal acontecimiento transformador en el horizonte para la dictadura de Maduro.

Otra razón es que las dictaduras, todas invariablemente horribles, tienden a no ser tontas, aunque muchos demócratas puedan pensar que lo son. Por ejemplo, la dictadura venezolana dio a los militares un papel clave en la gestión de la industria petrolera del país, en un intento hasta ahora en gran medida exitoso de asegurar su lealtad. En esto, copiaron la experiencia del liderazgo cubano cuando el entonces Ministro de Defensa Raúl Castro asignó la gestión del sector turístico, crucial en la economía de la isla, a los militares.

Y además, hemos de tener en cuenta que mientras disputan entre sí, estas dictaduras en su mayor parte también buscan cooperar, en particular en la relación comercial, con los estados democráticos. Hoy en día asistimos a la eclosión de un autoritarismo internacional encabezado por Rusia. Este reúne a estados tan diversos como Hungría, Polonia, Turquía y Filipinas, todos los cuales tienden a ser de apoyo ideológico al régimen de Maduro. El presidente norteamericano en función parece interesado en unirse a este grupo – ciertamente parece admirar sus principales figuras.

Al mismo tiempo, existe un círculo paralelo de cooperación entre los restantes Estados comunistas: Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Laos, Camboya y China continental.

Así, por ejemplo, Cuba y Corea del Norte se han apoyado ideológicamente desde 1960 cuando establecieron un Tratado de amistad.

Los acuerdos cambiantes entre Rusia y China proporcionan un marco más amplio para la asistencia mutua entre los Estados involucrados en estas dos agrupaciones. Un factor que une a estos Estados es su interés común en debilitar el mundo occidental liderado por Estados Unidos y en promover una construcción multipolar en la que prevaleceránlos gustos de Rusia y China, si es que no dominan. Otro factor es la similitud socioeconómica y política de los Estados de los dos grupos. Como en 1939, los autoritarismos de la derecha y de la izquierda se muestran dispuestos a trabajar juntos por lo que consideran un bien común.

Esta dinámica está claramente en funcionamiento en la relación entre Venezuela y Cuba. Cuba ha prestado un apoyo crucial a Venezuela desde poco después de que Hugo Chávez lanzara su revolución bolivariana en 1999. Oficialmente, la Habana y Caracas hicieron un acuerdo por el cual Cuba proporcionaba personal médico de bajo costo a Venezuela y ésta, petróleo de bajo costo a Cuba. Este petróleo ha provisto recursos de fundamental importancia a la disfuncional economía cubana, que tocó un fondo histórico después del colapso de la Unión Soviética en 1991.

La capacidad de Venezuela para apoyar a Cuba ha entrado en discusión ya que el precio del petróleo ha caído de US $110 por barril en 2014, a $30 en 2015. Pero a pesar del rebote parcial del precio del petróleo a $70 en 2018, el sector petrolero venezolano ha continuado su deslizamiento, sin recursos y sin personal experto, el cual ha huido no bien los asociados militares y políticos de Maduro se apoderaron de la gestión; y la situación en el país ha ido de mal en peor e incluso, mucho peor.

Como parte de su cooperación, los cubanos ayudaron a Venezuela a crear una fuerza militar conocida como los colectivos, a la que ha entrenado y equipado. La existencia de esta fuerza militar complica cualquier posible movimiento desde fuera para tratar de derribar el régimen de Maduro.

Pero va más allá de eso. Según el Secretario General de la Organización de los Estados Americanos, el mayor organismo multilateral para los Estados del hemisferio norte, más de 20.000 cubanos se han infiltrado en el gobierno venezolano, incluso en el tan temido servicio de inteligencia SEBIN, donde desempeñan un papel clave en la protección del Presidente Maduro en lo que es para él un entorno de seguridad cada vez más precario. Cuántos de estos cubanos son realmente sólo personal médico –como asegura La Habana- y cuántos son agentes de seguridad o con un doble papel, no está claro.

En cuanto a los grandes, China y Rusia apoyaron al régimen de Maduro política, ideológica, militar y financieramente. Ambos países han participado en ejercicios militares con Venezuela. Pekín ha prestado a Caracas unos 50 mil millones de dólares; Rusia, solo 10 mil millones. Pero Rusia compensó su menor aporte financiero con el despliegue de cien técnicos de sus tropas enviados a Venezuela en marzo, en la cúspide de la actual crisis política del país.

En este contexto, la fractura y disfuncional respuesta occidental a la crisis en curso en Venezuela no beneficia en nada a esta situación. Así es que el Presidente de los Estados Unidos continuó con las amenazas de una intervención militar en Venezuela con una conversación telefónica con Putin en la que todo parecía estar bien en relación con sus enfoques sobre la crisis en curso de ese país. Esto probablemente habrá enviado el mensaje a la oposición en Venezuela, de que nada podría esperarse de Washington. De hecho, las amenazas de Trump a una intervención militar de los Estados Unidos pueden haber ayudado a Maduro en sus esfuerzos por consolidar su dictadura.

Al mismo tiempo, el grupo de Lima, -que reúne a trece países latinoamericanos y a Canadá, que han reconocido a la Presidencia de Guaido- ha estado abogando sobre la necesidad de diálogo. Por cierto, esto es necesario. Pero el diálogo en sí mismo, como argumentó recientemente el experto venezolano Moises Naim, no va a resolver nada a menos que esté respaldado por una decisión de transformar las cosas sobre el terreno, mientras se muestra una capacidad creíble para hacerlo.

Fue desde esta perspectiva que en un blog reciente llamé a la creación de refugios seguros a lo largo de las fronteras de Colombia/Venezuela, donde la población asediada de este último pudiera encontrar alimentos, atención sanitaria y educación, y donde las fuerzas políticas dedicadas a la creación de otra Venezuela podría organizarse y planear un futuro alternativo. Esto es, por cierto, una propuesta desafiante, pero no hay una opción simple para los Estados de primera línea como Colombia. Los vecinos de Venezuela tienen que montar una respuesta multilateral creíble o enfrentar la creciente inestabilidad doméstica de carácter no muy diferente a la que los Estados de la Unión Europea han tenido que afrontar desde el aumento de refugiados en 2015.

Todo esto se complica por el hecho de que los políticos occidentales no procuran ver las interconexiones y las dependencias estratégicas entre Cuba y Venezuela. Así es como, recientemente, la ministra de relaciones exteriores canadiense Christa Freeland viajó a la Habana con el mandato oficial de reclutar a Cuba en un esfuerzo por cambiar la dinámica política en Venezuela. ¿Realmente?

Como ha sugerido, días atrás, un periodista que escribe para el Diario de Cuba, Venezuela y Cuba se asemejan a dos escaladores que están atados a la misma cuerda: Si uno cae, el otro también caerá. Creo que esto es así. Por el momento, sin embargo, no parece que alguno de los escaladores vaya a sufrir una caída.

Traducido con la ayuda de Olga Collela, All-Spanish, Buenos Aires.

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